Detectada fosfina en Venus, un compuesto que podría augurar vida
14 de Sept. de 2020
Esta semana, un equipo internacional de investigadores de la Universidad de Cardiff (Reino Unido), encabezado por la profesora Jane Greaves, afirmó haber detectado la existencia de fosfina en la atmósfera del planeta vecino, Venus, a través de una publicación en la revista científica Nature Astronomy.
Dicho hallazgo ha generado expectación en la comunidad científica, dado que en la Tierra tal compuesto únicamente es generado por procesos orgánicos asociados a organismos anaerobios y procesos industriales. De este modo, la existencia de fosfina sobre Venus plantea la hipótesis de que el planeta albergue o haya llegado a albergar alguna forma de vida en algún momento de su historia.
Los científicos, no obstante, no descartan otras posibilidades, como la existencia de procesos fotoquímicos o geoquímicos desconocidos que pudieran ser origen de la aparición de este compuesto sobre la superficie.
Dado el carácter altamente oxidante de la corteza y atmósfera venusina, la fosfina debería destruirse rápidamente en su superficie, con lo que la existencia de una fuente que origine tal compuesto de manera continuada podría constituir un punto de respaldo a favor de tal hipótesis.
Sin embargo, esta hipótesis tiende a chocar de bruces contra el hecho de que las condiciones en la superficie de Venus son altamente hostiles para la vida tal y como la conocemos, con temperaturas promedio que rondan los 450º C, suficiente como para poder fundir plomo. La temperatura, por su parte, resultaría templada en el entorno de la capa superior de nubes de su atmósfera, pero la composición de las masas nubosas es extremadamente ácida, lo que provocaría que la fosfina fuese destruida en poco tiempo, y sin embargo, es ahí donde aparece. De este modo, la hipótesis que los científicos Carl Sagan y Harold Morowitz plantearon por primera vez en los años 60, y que ha ido ganando respaldo entre la comunidad de astrofísicos en los últimos años, podría verse reforzada.
Cabe la posibilidad, de que algunos en este medio somos partidarios, por otro lado, de que dicha potencial forma de vida se hallara a suficiente profundidad bajo el subsuelo venusino como para resistir a las hostiles condiciones que asolan sobre la faz del planeta, y que las trazas del compuesto generado ascendiesen de manera paulatina hacia altas capas de la atmósfera.
También llamado trihidruro de fósforo (PH3), se trata de un gas incoloro, inflamable, tóxico e inodoro en estado puro, que acostumbra a oler a ajo o pescado podrido cuando aparece junto a otros compuestos similares. Esta sustancia se encuentra en ambientes tales como ciénagas o heces.
Propuesto como posible biofirma cuya detección podría ser sintomática o indicativa de la existencia potencial de alguna forma de vida, su observación resulta sin embargo complicada desde la superficie terrestre, ya que la atmósfera de nuestro planeta absorbe muchas de las características espectrales de este compuesto.
Esto puede ser solucionado, sin embargo, mediante el uso bien de telescopios orbitales, o de telescopios altamente preparados para el registro de radiación submilimétrica. Fue ésta, de tal modo, la opción por que abogara el equipo de Cardiff, al apostar por el uso de los telescopios submilimétricos James Clerk Maxwell, situado en el monte Manua Kea de Hawaii, y el Atacama Large Millimeter / submillimeter Array (ALMA), traducido como Macro-Red Milimétrico-submilimétrica de Atacama, una instalación astronómica internacional compuesta por 66 antenas de alta precisión ubicadas en el llano de Chajnantor, a 5000 metros de altitud en el norte de Chile, construido como resultado de la cooperación entre el Observatorio Europeo Austral (ESO), la Fundación Nacional de Ciencia de EE.UU. (NSF) y los Institutos Nacionales de Ciencias Naturales de Japón (NINS), junto con la NRC de Canadá, el MOST y ASIAA de Taiwán, y el KASI de la República de Corea, en cooperación con la República de Chile. Ambos telescopios fueron empleados por el equipo a lo largo de los años 2017 y 2019, respectivamente. Método que hizo posible la detección por parte del equipo de una firma espectral exclusiva de la fosfina, que estimaron en una proporción de 20 partes por mil millones en las nubes del planeta.
Por su parte, los autores del estudio argumentan que la detección de este compuesto no constituye una evidencia sólida de vida microbiana en el planeta. Barajan así diferentes formas en que se podría originar trihidruro de fósforo, incluyendo rayos o procesos químicos que estén ocurriendo en las nubes, así como vulcanismo o el impacto de micrometeoritos sobre la superficie de Venus. Señalan, a modo de conclusión, que se necesitan más observaciones y modelos para estudiar el origen de este gas en la atmósfera del planeta, y que deben buscarse otras características espectrales del PH3. Plantean por otro lado que un muestreo obtenido in situ de sus nubes y superficie permitiría examinar de cerca las fuentes de este gas y dar por resuelto el misterio.
Fuentes: Nature Astronomy / Agencia Sinc / Almaobservatory.org / Eaobservatory.org / Agencia EFE.